miércoles, 14 de noviembre de 2018

Comentario de un poema: «En tanto que de rosa y de azucena», de Garcilaso de la Vega


Autor y época
Garcilaso de la Vega nace en Toledo en fecha todavía desconocida (la crítica ha señalado tres años distintos: 1498, 1501 y 1503) y muere en Niza en 1536, debido a una herida recibida en la toma de una torre.
Personaje ilustre en su época, destacó como cortesano, con grandes aptitudes para la música y, especialmente, para la poesía, y como soldado: en varias ocasiones recibió heridas en batalla, sufrió pena de destierro y, finalmente, fue nombrado Maestre de Campo por el Emperador en el año de su muerte. También ocupó el cargo de Regidor de la ciudad de Toledo y realizó numerosos viajes por su condición de hombre de la Corte y militar. Estos influyeron considerablemente en su trayectoria literaria por el contacto que estableció con humanistas y escritores; cabe destacar su viaje a Italia en 1529 acompañando a Carlos V, y la estancia en Nápoles en 1532 condenado a destierro.
En 1525 se desposa con Elena de Zúñiga, con quien tendrá cinco hijos. Pero Garcilaso, inmerso en un matrimonio de conveniencia, no fue hombre de una sola mujer: de talante enamoradizo, contó entre sus amadas o enamoradas con Guiomar Carrillo, Beatriz de Sa e Isabel Freire. Esta última, dama portuguesa casada, es el referente de muchos de sus versos, entre los que destacan los de la pena de ausencia tras su muerte, acaecida en 1534.
El conjunto de su poesía, de enorme belleza, está considerada una autobiografía erótica, aunque presenta diversos temas, como la muerte de su hermano Hernando (Soneto XVI), asuntos militares (algunos sonetos y la Elegía II, sobre la toma de La Goleta en 1535), el destierro (Canción III)...
La época de Garcilaso coincide con el inicio de lo que ha venido a llamarse Siglo de Oro, que corresponde con los años transcurridos entre 1492 (descubrimiento de América y publicación de la primera Gramática castellana, de Nebrija) y 1681 (muerte de Calderón de la Barca). Se trata del Renacimiento, periodo de expansión política caracterizado por la evolución del ámbito urbano y la pujanza de la burguesía, una visión del mundo antropocéntrica y una cultura humanista, y el desarrollo científico y artístico, así como la aparición de nuevas estéticas y géneros literarios.

Contenido: asunto y tema
Esta composición es una descripción de la belleza de una joven y una invitación a que disfrute de la juventud antes de que llegue la vejez.
En la primera estrofa hace una descripción física: el color del rostro blanco como la azucena con las mejillas rojas, y la mirada a un tiempo pasional y decorosa. El segundo cuarteto recrea el cuello de la dama con la imagen del cabello rubio agitado por el viento. La tercera estrofa identifica la juventud con la primavera y el dulce fruto, y recoge la invocación a aprovechar el momento de esplendor antes de que aparezca la vejez, relacionada con el tiempo airado del invierno e identificada por las canas en la cabeza. El poema concluye con un terceto que reflexiona sobre el avance inexorable del tiempo que destruye la juventud, la rosa.
Se puede afirmar que el tema es el paso del tiempo y se plasma por medio de una naturaleza bella e idealizada, característica del neoplatonismo de la época, y a través de tópicos latinos propios del Renacimiento como el carpe diem (aprovecha el momento) y el collige virgo rosa (coge virgen la rosa), que tratan de transmitir el mensaje de vivir el presente.

Métrica
Este poema es un soneto, formado por 14 versos endecasílabos, que se organizan en dos cuartetos y dos tercetos, de rima consonante: ABBA ABBA CDE DCE.

Estilo y recursos literarios
En cuanto al estilo, Garcilaso se vale de la utilización de un personaje como receptor directo de sus palabras, una joven, de modo que el autor queda en un segundo plano, más distanciado, como emisor de un mensaje mediante el que pretende que ella aproveche su juventud, a la que remite por la descripción física y las referencias directas a ese periodo de la vida. La naturaleza, con la que se identifica el físico de la mujer, es descrita de manera idealizada, estilizada, pues se destacan los aspectos más positivos, la belleza.
El tiempo verbal predominante en los dos cuartetos es el presente, que se refiere a la primavera de la dama, a la descripción de la belleza de su juventud. El primer terceto arranca, sin embargo, con un imperativo, elemento central de la composición, con el que el autor focaliza la atención sobre el personaje principal, al que se dirige el soneto, y con el que expresa la intención del poema: el mandato o ruego del carpe diem. Y, finalmente, los tres últimos versos proyectan a través del tiempo futuro lo que será el porvenir, el invierno de la vejez.
Es destacable la carga adjetival y el uso de un lenguaje culto, florido y preciso, pero con un tono sereno, quizá algo pesimista en la reflexión final de la última estrofa.
En cuanto a recursos estilísticos, podemos destacar la anáfora en el inicio de los dos cuartetos, ese «en tanto que», que se refiere a la descripción de la amada durante el momento de su lozanía, con insistencia en la cuestión temporal, el «mientras». También es remarcable la gradación ascendente (sucesión de términos en un determinado orden expositivo) en el verso octavo, con el avance desde la acción del viento a la sugerencia de ese desorden en la armonía y el equilibrio de la belleza. Por otra parte, los hipérbatos (desorden de la estructura sintáctica natural de la oración) en los versos 4.º, 12.º y 13.º parecen deberse más a una necesidad derivada de la rima que a una cuestión expresiva; lo mismo ocurre en el segundo cuarteto, muy enrevesado sintácticamente.
En la descripción física, Garcilaso se vale de un buen número de metáforas que identifican, a través de un juego de imágenes, la naturaleza y dos estaciones del año con la mujer en dos momentos de su vida. De este modo, se establecen las correspondencias entre la alegre primavera y la juventud, el tiempo airado y el viento helado del invierno y la vejez, y la plasticidad visual del color rojo de la rosa y las mejillas, el blanco de la azucena y el rostro, el amarillo del oro y el cabello, y el blanco de la nieve y las canas en la hermosa cumbre de la cabeza.

Opinión personal
«En tanto que de rosa y de azucena», de Garcilaso de la Vega, es un soneto clásico, porque, pese a que hayan pasado casi cinco siglos desde que se escribiera, sigue presentando un mensaje actual, que se transmite a través de la identificación de la belleza de la mujer con la de la naturaleza, y de la sencilla relación entre las edades del hombre y las estaciones del año. De este modo, el poema desarrolla su idea principal más sobre el plano sensorial que sobre el intelectual, aunque el autor termina con un juego de palabras (el verbo ‘mudar’ y el sustantivo ‘mudanza’) que concluye en una reflexión general sobre el paso del tiempo.
También cabe señalar que en una época como la nuestra, en la que buena parte de la poesía más difundida expone una gran carga sexual, resulta especialmente interesante la delicadeza y elegancia con que en este soneto se describen el cuerpo, el deseo y la pasión sin por ello renunciar a la sensualidad.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Selección poética (y 6): coda


Autopsicografia
(Fernando Pessoa, 1888-1935)
            O poeta é um fingidor.
Finge tão completamente
Que chega a fingir que é dor
A dor que deveras sente.
            E os que lêem o que escreve,
Na dor lida sentem bem,
Não as duas que ele teve,
Mas só a que êles não têm.
            E assim nas calhas de roda
Gira, a entreter a razão,
Esse comboio de corda
Que se chama o coração.
Rico, Francisco (ed.), y Lentini, Rosa (col.), Mil años de poesía europea,
 Barcelona, BackList, 2009, pp. 878-880



Autopsicografía
(Fernando Pessoa, 1888-1935)
            El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente.
            Y los que leen lo que escribe,
en el dolor leído sienten,
no los dos que el poeta vive,
mas solo aquel que no tienen.
            Y así por las vías rueda,
a entretener la razón,
ese juguete de cuerda
que se llama corazón.
Traducción propia

Selección poética (5): siglos XX-XXI


Lo fatal
(Rubén Darío, 1867-1916)
A René Pérez
            Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
            Ser, y no ser nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
            lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!
Darío, Rubén, Obra poética,
 José Carlos Rovira ed., Sergio Galindo col., Madrid, Biblioteca Castro, 2011, p. 471



Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido
(Antonio Machado, 1875-1939)
            Al fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él ¡din-dan!
            Murió don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán y algo torero;
de viejo, gran rezador.
            Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo
y un maestro
en refrescar manzanilla.
            Cuando mermó su riqueza,
era su monomanía
pensar que pensar debía
en asentar la cabeza.
            Y asentola
de una manera española,
que fue casarse con una
doncella de gran fortuna;
y repintar sus blasones,
hablar de las tradiciones
de su casa,
escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.
            Gran pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
–¡aquel trueno!–,
vestido de nazareno.
Hoy nos dice la campana
que han de llevarse mañana
al buen don Guido, muy serio,
camino del cementerio.
            Buen don Guido, ya eres ido
y para siempre jamás...
Alguien dirá: ¿Qué dejaste?
Yo pregunto: ¿Qué llevaste
al mundo donde hoy estás?
            ¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?
            Buen don Guido y equipaje,
¡buen viaje!...
            El acá
y el allá,
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo infinito:
cero, cero.
            ¡Oh las enjutas mejillas,
amarillas,
y los párpados de cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!
            ¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!
el caballero andaluz.
Machado, Antonio, Obras selectas,
 Manuel Alvar prol., Madrid, Espasa Calpe (Austral Summa), 1998, pp. 172-174



Las moscas
(Antonio Machado, 1875-1939)
            Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
            ¡Oh, viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
            ¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
            Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
–que todo es volar– sonoras,
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
            Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
            sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
            Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
Machado, Antonio, Obras selectas,
 Manuel Alvar prol., Madrid, Espasa Calpe (Austral Summa), 1998, pp. 58-59



Soneto de tus vísceras
(Baldomero Fernández Moreno, 1886-1950)
            Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
            Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.
            Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
            Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.
Munárriz, Jesús (ed.), Un siglo de sonetos en español,
 Madrid, Hiperión, 2000, p. 89



(Oliverio Girondo, 1891-1967)
No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! ‒y en esto soy irreductible‒ no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
     Esta fue ‒y no otra‒ la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
   ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
     ¡María Luisa era una verdadera pluma!
   Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
     ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. «¡María Luisa! ¡María Luisa!»... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
   Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
    ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!
   Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
     Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.
Girondo, Oliverio, Obras. Poesía,
 Enrique Molina prol., Buenos Aires, Losada, 1998, pp. 179-180



Arte poética
(Vicente Huidobro, 1893-1948)
            Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.
            Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.
            Estamos en el cielo de los versos.
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.
            Por qué cantáis la rosa, ¡oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema.
            Solo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.
            El Poeta es un pequeño Dios.
Huidobro, Vicente, Obra poética,
 Cedomil Goic ed., Nanterre Cedex (Francia), ALLCA XX, Colección Archivos, 2003, p. 391



La aurora
(Federico García Lorca, 1898-1936)
            La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
            La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
            La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
            Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
            La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, pp. 1166-1167



El poeta pide a su amor que le escriba
(Federico García Lorca, 1898-1936)
            Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.
            El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
            Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
            Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.
García Lorca, Federico, Obras completas, I. Poesía,
 Miguel García-Posada ed., Barcelona, Círculo de Lectores, 1996, p. 629



Insomnio
(Dámaso Alonso, 1898-1990)
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas
                                                                                                  [estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace
                                                                                           [45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente
                                                                                                            [la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido,
                      [fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente
                                                                                                                          [mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 1176



(Miguel Hernández, 1910-1942)
            Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
            Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
            Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
            No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
Hernández, Miguel, Obras completas,
 Agustín Sánchez Vidal, José Carlos Rovira y Carmen Alemany eds., Barcelona, RBA, 2006, 3 vols., vol. I, pp. 496



Elegía
(Miguel Hernández, 1910-1942)
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto
como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería)
            Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
            Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
            daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
            Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
            No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
            Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
            Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
            No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
            En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
            Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
            Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
            Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
            de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
            Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
            Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
            A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, pp. 1244-1246



La poesía es un arma cargada de futuro
(Gabriel Celaya, 1911-1991)
            Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
            cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
            Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
            Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
            Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
            Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
            Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
            Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
            Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
            Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
            No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
            Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, pp. 1260-1261



En el principio
(Blas de Otero, 1916-1979)
            Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua;
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
            Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
            Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 1292



A la inmensa mayoría
(Blas de Otero, 1916-1979)
            Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos.
            Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.
            Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
            ¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
            Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.
Otero, Blas de, Verso y prosa,
 Blas de Otero ed., Madrid, Cátedra, 1981, p. 47



Táctica y estrategia
(Mario Benedetti, 1920-2009)
Mi táctica es
                      mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
                      hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo          ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
                      ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
                        ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
                                    simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo          ni sé
con qué pretexto
por fin          me necesites.
Benedetti, Mario, Inventario uno. Poesía completa (1950-1985),
 Madrid, Visor, 2008, pp. 384-385



Vida
(José Hierro, 1922-2002)
A Paula Romero
            Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
            Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
            No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada).
            Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
Hierro, José, Cuaderno de Nueva York,
 Madrid, Hiperión, 2022, p. 129



Para que yo me llame Ángel González
(Ángel González, 1925-2008)
            Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso,
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan solo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 1346



Me basta así
(Ángel González, 1925-2008)
            Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
–de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso–;
                                                    entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando –luego– callas...
(Escucho tu silencio.
                                   Oigo
constelaciones: existes.
                                      Creo en ti.
                                                        Eres.
                                                                 Me basta).
González, Ángel, Palabra sobre palabra. Obra completa (1956-2001),
 Barcelona, Seix Barral, 2011, pp. 187-188



Cuando todo suceda
(José Agustín Goytisolo, 1928-1999)
            Digo: comience el sendero a serpear
delante de la casa. Vuelva el día
vivido a transportarme
lejano entre los chopos.
            Allí te esperaré.
            Me anunciará tu paso el breve salto
de un pájaro en ese instante fresco y huidizo
que determina el vuelo
y la hierba otra vez como una orilla
cederá poco a poco a tu presencia.
            Te volveré a mirar, a sonreír
desde el borde del agua.
Sé lo que me dirás. Conozco el soplo
de tus labios mojados:
tardabas en llegar. Y luego un beso
repetido en el río.
            De nuevo en pie siguiendo tu figura
regresaré a la casa lentamente
cuando todo suceda.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 1372



Palabras para Julia
(José Agustín Goytisolo, 1928-1999)
            Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
            Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
            Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
            Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
            Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
            Un hombre solo una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo no son nada.
            Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otros hombres.
            Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
            Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
            Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
            Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
            La vida es bella tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.
            Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
            Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
            Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, pp. 1374-1375



(José Ángel Valente, 1929-2000)
            A usted le doy una flor,
si me permite,
                         un gato y un micrófono,
un desatornillador totalmente en desuso,
una ventana alegre.
Agítelos.
                Haga un poema
o cualquier otra cosa.
Léasela al vecino.
Arrójela feliz al sumidero.
                                           Y buenos días,
no vuelva nunca más, salude
a cuantos aún recuerden
que nos vamos pudriendo de impotencia.
Valente, José Ángel, Punto cero (Poesía 1953-1979),
 Barcelona, Seix Barral, 1980, p. 393



No volveré a ser joven
(Jaime Gil de Biedma, 1929-1990)
            Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
–como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
            Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
–envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
            Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Gil de Biedma, Jaime, Las personas del verbo,
 James Valender prol., Barcelona, Círculo de Lectores, 2006, p. 198



Canción de los cuerpos
(Francisco Brines, 1932-)
            La cama está dispuesta,
blancas las sábanas,
y un cuerpo se me ofrece
para el amor.
Abramos la ventana,
entren calor y noche,
y el ruido del mundo
sea solo el ruido
del placer.
Que no hay felicidad
tan repetida y plena
como pasar la noche,
romper la madrugada,
con un ardiente cuerpo.
Con un oscuro cuerpo,
de quien nada conozco
sino su juventud.
Brines, Francisco, Ensayo de una despedida. Poesía completa (1960-1997),
 Barcelona, Tusquets, 2011, p. 352



(Miguel D’Ors, 1946-)
            ¿Cómo llamar al ave
de modo que del verso se levante
y vuele y se extravíe
de rama en rama, cómo? ¿Cómo llamar al río
sin detener su canto ni enmudecer su marcha?
¿Cómo lograr que el nombre de la rosa
conserve aquel perfume?, ¿cómo decir arena
y sentir la caricia de una mano dorada,
y cómo conseguir que el sol y el viento
y el fuego y los otoños permanezcan
en el poema? Ay, ¿dónde se aprenderá esa magia
de disponer los nombres de las cosas
de forma que quien lea nuestros versos
regrese salpicado de salitre,
tostado por el sol y confortado
por el fuego salvaje de la hoguera
alzada por nosotros con dos o tres palabras?



La maldad nace de la supresión hipócrita del gozo
(Leopoldo María Panero, 1948-2014)
Jois e Jovens n’es trichaire e malvestatz es d’aqui
Marcabrú
            Una cucaracha recorre el jardín húmedo
de mi chambre y circula por entre las botellas vacías:
la miro a los ojos y veo tus dos ojos
azules, madre mía.
Y cantas, cantas por las noches parecida a la locura, velas
con tu maldición para que no me caiga dormido, para que no me olvide
y esté despierto para siempre frente a tus dos ojos,
madre mía.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 1498



El alba
(Eloy Sánchez Rosillo, 1948-)
            Que haya adquirido la costumbre el alba
de venir cada día
desde las fuentes puras del asombro
y en la orilla del cielo ir levantando
–despacio y muy deprisa–
su árbol frágil y esbelto de luz tierna
y arreboladas hojas,
¿no es prueba suficiente
de que vivimos en un mundo mágico?



Nocturno
(Luis Alberto de Cuenca, 1950-)
            Apagaste las luces y encendiste la noche.
Cerraste las ventanas y abriste tu vestido.
Olía a flor mojada. Desde un país sin límites
me miraban tus ojos en la sombra infinita.
            ¿Y a qué olían tus ojos? ¿Qué perfume de oro
y de agua limpia y pura brotaba de tus párpados?
¿Qué invisible temblor de cristales de fuego
agitaba la seda lunar de tus pupilas?
            Recamaste la almohada con hilos de azabache.
Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.
Eras la rosa pálida tiñéndose de rojo,
la rosa del veneno que devuelve la vida.
            La blusa, el abanico, una pluma violeta,
el broche con la perla y el diamante en el pecho.
Todo abierto y en paz, transparente y oscuro,
sin dolor, navegando rumbo a tus manos frías.



Un arte de vivir
(Luis Antonio de Villena, 1951-)
            Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, qué dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tanta euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después, un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes nada. (No consultas
oráculos). Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa.
Y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.



Holograma
(Jon Juaristi, 1951-)
            En componer mi vida me he esforzado
como si de un poema se tratara:
caen callando sus versos esta clara
madrugada de agosto en Vinogrado.
            Las calles que he seguido y evitado,
el amor que me acoge y desampara
han copiado los rasgos de mi cara
en el otro que marcha a mi costado.
            He trazado torpísimos renglones
y para enderezarlos he torcido
la vida que escribí con tanto empeño.
            Ya la borran las torvas estaciones
y estos días de plomo derretido
que atraviesan mis párpados sin sueño.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 1522



(Luis García Montero, 1958-)
            Sacó el talego. Le arrancó la china
que deshizo veloz sobre el tabaco
y luego recogió la cartulina
que hecha filtro le dio su amigo El Flaco.
            Liaron el canuto en una esquina.
Hace dos días que salió del saco
y ha entregado su vida a la rutina
de ocultar la pasión por el atraco.
            Atardece la luz, comienza el día
a naufragar en medio del asalto
que provoca el neón. Y policía,
            a los dos camaradas les da el alto
la ciudad que lejana los espía
sobre la mano abierta de su asfalto.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 1547



Nocturno
(Luis García Montero, 1958-)
A Ángel González
            Aplauden los semáforos más libres de la noche,
mientras corren cien motos y los frenos del coche
trabajan sin enfado. Es la noche más plena.
Ninguna cosa viva merece su condena.
Corazones y lobos. De pronto se ilumina
en su sillín con prisas la línea femenina
de un muslo. Las aceras, sin discreción ninguna,
persiguen ese muslo más blanco que la luna.
Pasan mil diez parejas, derechas a la cama
para pagar el plazo de la primera llama
y firmar en las sábanas los consorcios más bellos.
Ellas van apoyadas en los hombros de ellos.
Una federación de extraños personajes,
minifaldas de cuero, chaquetas con herrajes
y el hablador sonámbulo que va consigo mismo,
la sombra solitaria volviendo del abismo.
Luces almacenadas, que brotan de los bares,
como hiedras contratan las perpendiculares
fachadas de cristal. Hay letreros que guiñan,
altavoces histéricos y cuerpos que se apiñan.
El día es impensable, no tiene voz ni voto
mientras tiemble en la calle el faro de una moto,
la carcajada blanca, los besos, la melena
que el viento negro mueve, esparce y desordena.
Yo voy pensando en ti, buscando las palabras.
Llego a tu casa, llamo, te pido que me abras.
La ciudad de las cuatro tiene pasos de alcohólica.
Desde el balcón la veo y como tú, bucólica
geometría perfecta, se desnuda conmigo.
Agradezco su vida, me acerco, te lo digo,
y abrazados seguimos cuando un alba rayada
se desploma en la espalda violeta de Granada.
Villena, Luis Antonio de (ed.), Fin de siglo (el sesgo clásico en la última poesía española). Antología,
 Madrid, Visor, 1992, pp. 73-74



Las ilusiones
(Felipe Benítez Reyes, 1960-)
            Si cada cual saliese una mañana
olvidado de sí, desasistido
de todo su pasado, sin memoria,
con un rumbo inconcreto y en los labios
una canción trivial, alegremente,
dispuesto a no volver atrás la vista
para que nada enturbie esa mañana,
diáfana mañana que posee
el inquietante brillo de las tentaciones
que a veces confundimos con la vida,
si saliésemos y de pronto
qué hermosura perfecta, qué alto vuelo
el de nuestro cansado corazón,
tan luminoso ahora, ¿olvidaríamos
de veras el dolor que padecimos,
el miedo y la tristeza y la locura
de creernos por siempre destinados
al mal y la desdicha? No sabemos.
¿Una mañana apenas bastaría,
diáfana mañana de verano, para hacernos
pensar que aún es posible proseguir,
vivir, después de todo, impunemente?
Villena, Luis Antonio de (ed.), Fin de siglo (el sesgo clásico en la última poesía española). Antología,
 Madrid, Visor, 1992, p. 82



Reencuentro
(Vicente Gallego, 1963-)
            Regresar a lugares donde fuiste feliz,
sin saberlo, después de algunos años,
y encontrar los objetos que te aguardan
intactos, aunque muertos, pues tus ojos
no recuerdan su magia de otras horas.
Casas de antiguas novias que se quedan
remotas y cercanas con el tiempo
como el rostro querido en los retratos.
Calles, lechos, lugares ya furtivos
a los que aún volvemos, algún día,
cuando los padres huyen a ciudades dudosas
y es tarde al fin para nosotros. Pero es más triste
regresar a los cuerpos, a su calor menguado,
a sus ropas extrañas, y a la carne
en que cifraste un día tu existencia.
Pues no se pierde un cuerpo para siempre,
sino su engaño breve, y tan hermoso;
aquello que hoy buscamos, sin fortuna,
en el mismo lugar, sobre los mismos labios.
Villena, Luis Antonio de (ed.), Fin de siglo (el sesgo clásico en la última poesía española). Antología,
 Madrid, Visor, 1992, p. 168



(Miguel Ángel Velasco, 1963-2010)
            Yo no entiendo la vida, pero algo
en mi pecho la entiende cuando veo
al sol hacerse música en la yerba,
cada nota de oro titilando
en el frescor del rocío, cuando irisa
el ala de la abeja; si respiro
el olor de una rosa y un establo;
si el pino sangra oro de su herida;
en la luz de la miel y del aceite;
en la rosa de espuma que florece
del manantial contra la oscura piedra;
en el negro abejorro que se encorva
sobre la flor con trémula impaciencia;
si me embriago en compañía cierta
y entonces recupero la memoria.