domingo, 28 de octubre de 2018

Selección poética (2): siglos de oro


(Garcilaso de la Vega, 1501/1503-1536)
            En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
            y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
            coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
            Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. I. Renacimiento,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, p. 68



(Garcilaso de la Vega, 1501/1503-1536)
            ¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas!
            ¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas que en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
            Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
llevame junto el mal que me dejastes;
            si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. I. Renacimiento,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, p. 66



(Atribuido, Garcilaso de la Vega, 1501/1503-1536)
            A la entrada de un valle, en un desierto
do nadie atravesaba ni se vía,
vi que con estrañeza un can hacía
estremos de dolor con desconcierto:
            ahora suelta el llanto al cielo abierto,
ora va rastreando por la vía;
camina, vuelve, para, y todavía
quedaba desmayado como muerto.
            Y fue que se apartó de su presencia
su amo, y no lo hallaba, y eso siente:
mirad hasta dó llega el mal de ausencia.
            Moviome a compasión ver su accidente;
díjele, lastimado: «Ten paciencia,
que yo alcanzo razón, y estoy ausente».
Vega, Garcilaso de la, Poesías castellanas completas,
 Elias L. Rivers ed., Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, p. 73



A la salida de la cárcel
(Fray Luis de León, 1527-1591)
            Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
            y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con solo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 402



Noche oscura
(San Juan de la Cruz, 1542-1591)
            En una noche obscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh, dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
            A escuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh, dichosa ventura!,
a escuras y encelada,
estando ya mi casa sosegada.
            En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
            Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
            ¡Oh, noche que guiaste!,
¡oh, noche amable más que el alborada!,
¡oh, noche que juntaste
Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada!
            En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
            El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
            Quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Juan de la Cruz, Santo, Tres poemas,
 Sergio Galindo Mateo ed., Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010



(Luis de Góngora, 1560-1627)
            Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
            Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
            Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
            Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.
            Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
            Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
            Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. II. Barroco,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, pp. 65-66



(Luis de Góngora, 1560-1627)
            De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;
            pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;
            soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;
            ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta, y tus virtudes reza.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. II. Barroco,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, p. 46



(Lope de Vega, 1562-1635)
            Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
            arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
            hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada, sobre fe, paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
            creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. II. Barroco,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, pp. 92-93



(Lope de Vega, 1562-1635)
            Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
            no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
            huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
            creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Vega, Lope de, Lírica,
 José Manuel Blecua ed., Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, p. 136



A Lupercio Leonardo
(Lope de Vega, 1562-1635)
            Pasé la mar cuando creyó mi engaño
que en él mi antiguo fuego se templara;
mudé mi natural porque mudara
naturaleza el uso, y curso el daño.
            En otro cielo, en otro reino extraño,
mis trabajos se vieron en mi cara,
hallando, aunque otra tanta edad pasara,
incierto el bien y cierto el desengaño.
            El mismo amor me abrasa y atormenta,
y de razón y libertad me priva.
¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?
            ¿Que no escriba decís, o que no viva?
Haced vos con mi amor que yo no sienta,
que yo haré con mi pluma que no escriba.
Vega, Lope de, Lírica,
 José Manuel Blecua ed., Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, pp. 127-128



(Francisco de Quevedo, 1580-1645)
            Es yelo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado;
            es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado;
            es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo;
enfermedad que crece si es curada.
            Este es el niño Amor, este es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Quevedo, Francisco de, Obra poética,
 José Manuel Blecua ed., Madrid, Castalia, 1999, 3 vols., vol. I, p. 533



Amor constante más allá de la muerte
(Francisco de Quevedo, 1580-1645)
            Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;
            mas no de esotra parte en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
            Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
            su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. II. Barroco,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, p. 192



Salmo XVII
(Francisco de Quevedo, 1580-1645)
            Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
            Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
            Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte;
            vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. II. Barroco,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, pp. 129-130



A Cristo crucificado
(anónimo)
            No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
            Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
            Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
            No tienes que me dar porque te quiera;
pues aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Blecua, José Manuel (ed.), Poesía de la Edad de Oro. II. Barroco,
 Madrid, Castalia (Clásicos Castalia), 1990, pp. 175-176

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