lunes, 29 de octubre de 2018

Selección poética (3): siglo XVIII


La Lechera
(Félix María Samaniego, 1745-1801)
            Llevaba en la cabeza
una Lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
¡yo sí que estoy contenta con mi suerte!
            Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre la ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz Lechera,
y decía entre sí de esta manera:
            «Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodeen cantando el píopío.
            »Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino;
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.
            »Llevarelo al mercado;
sacaré de él sin duda buen dinero:
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña».
            Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera,
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
            ¡Oh loca fantasía,
que palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.
            No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
            No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, pp. 695-696



El burro flautista
(Tomás de Iriarte, 1750-1791)
            Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
            Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
            Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
            Acercose a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.
            En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
            «¡Oh!» dijo el borrico;
«¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!».
            Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.
Rico, Francisco (ed.), Mil años de poesía española,
 Barcelona, Planeta (BackList), 2009, p. 706

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