martes, 5 de marzo de 2019

Los fantásticos libros voladores del Sr. Morris Lessmore, de William Joyce

   Morris Lessmore amaba las palabras.
Amaba las historias.
Amaba los libros.
Su vida era un libro que él mismo escribía, metódicamente, página tras página. Lo abría cada mañana y escribía sobre sus penas, alegrías y todo lo que sabía y anhelaba.
   Pero toda historia tiene sus altibajos.
Un día el cielo se oscureció.
El viento sopló y sopló...
   ... hasta que todo lo que Morris alguna vez había conocido quedó revuelto. Incluso las palabras de su libro.
   No supo qué hacer ni hacia dónde dirigirse. Así que empezó a caminar y caminar, sin rumbo fijo.
   Entonces una curiosa casualidad cruzó su camino. En lugar de bajar la mirada, como solía hacer, Morris Lessmore miró hacia arriba. Cruzando el cielo, sobre él, Morris vio a una simpática señorita que era transportada por un alegre escuadrón de libros voladores.
   Morris se preguntó si su libro podría volar. Pero no podía; solo caía al suelo produciendo un ruido deprimente.
La señorita que volaba supo que Morris simplemente necesitaba una buena historia, así que le envió su favorita. El libro, amistoso, insistió en que Morris le siguiera.
   El libro le guio hasta un edificio extraordinario donde muchos libros, aparentemente, «anidaban».
   Morris caminó hacia dentro lentamente, y descubrió la habitación más misteriosa y fascinante que había visto en su vida.
El aleteo de incontables páginas llenaba el espacio, y Morris podía escuchar el cuchicheo de miles de historias diferentes, como si cada libro le susurrara una invitación a la aventura.
   Entonces su nuevo amigo voló hacia él, y posándose en su brazo se sostuvo abierto, como esperando a que lo leyeran. El cuarto crujió de felicidad.
Y así fue cómo la vida de Morris entre los libros comenzó.
   Morris trataba de mantener los libros en cierto orden, pero siempre se mezclaban entre sí. Las tragedias visitaban a las comedias cuando se sentían tristes. Las enciclopedias, cansadas de tantos datos, se relajaban entre los libros de ficción y los cómics. Todo era un divertido revoltijo.
Morris era feliz cuidando a los libros; le llenaba de satisfacción arreglar encuadernados frágiles, y pacientemente desdoblaba las esquinas de las páginas que lo necesitaban.
   Algunas veces Morris se perdía en un libro y tardaba muchos días en salir.
   A Morris le gustaba compartir los libros; algunas veces se trataba de uno de esos libros que todos disfrutaban, y en otras ocasiones de un volumen pequeño, olvidado o poco conocido.
«Todas las historias son importantes», decía Morris, y los libros estaban de acuerdo.
   De noche, después de que todas las historias que necesitaban contarse habían sido escuchadas y los inquietos libros se retiraban a sus lugares en los estantes, el gran diccionario tenía la última palabra.
ZZZZZZZZZZZZZZ
Era entonces que Morris regresaba a su propio libro, ese donde escribía sus alegrías, sus penas, todo lo que sabía y aquello que anhelaba.
   Los días pasaron.
   También los meses.
   Y luego los años.
   Más y más años...
   ... hasta que Morris se encorvó y arrugó.
Pero los libros nunca cambiaron, sus historias eran las mismas. Ahora sus amigos le cuidaban como él lo había hecho con ellos, y se organizaban para leerle todas las noches.
   Un buen día escribió la última página de su libro. Levantó la mirada y dijo, con un melancólico suspiro: «Creo que ha llegado el momento de irme».
   Los libros se entristecieron, pero lo entendieron. Morris tomó su sombrero y su bastón; mientras caminaba hacia la puerta se volvió y sonrió. «Os llevaré a todos aquí», dijo, colocando su mano sobre el corazón.
   Los libros agitaron sus páginas y Morris alzó el vuelo. Mientras cruzaba el cielo volvió a ser el mismo joven que un día, años atrás, descubriera los libros.
   Los libros estuvieron callados por un tiempo. Entonces notaron que Morris Lessmore había olvidado algo. «¡Es su libro!», dijo su mejor amigo. Ahí dentro estaba la historia de Morris. Páginas y páginas que guardaban todas sus alegrías y tristezas, todo lo que conocía y todo lo que alguna vez había anhelado.
   De pronto los libros escucharon un murmullo de asombro. Ahí, en la puerta, estaba una pequeña niña que admiraba aquel lugar fascinada. Entonces pasó algo fantástico: el libro de Morris Lessmore voló hacia ella y abrió sus páginas.
La niña comenzó a leer. Y así nuestra historia termina como comenzó...
   ... abriendo un libro.

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